13 de diciembre de 2014

Tristezas y alegrías

 
Recientemente recibí con suma tristeza la noticia de que Jorge nos había dejado. Junto a su esposa Concha constituía el último matrimonio vivo del pueblo. Verle siempre activo por las calles y huertas representaba para mi una de las imágenes icónicas del pueblo y parte de su idiosincrasia en estos últimos años .
Descanse en paz.  

 
Como contrapunto hoy recibo la noticia de que un hijo del pueblo ha cumplido un siglo . Se trata de Joaquín Oliva Oliva.
Probablemente de los últimos nacidos en el pueblo , si no el último , que alcanzará el centenar de años.
Su sobrino Luisito ( como se le conoce en el pueblo ) nos remite esta información.
Desde aquí nuestras felicitaciones y enhorabuena por esa estupenda longevidad.


Joaquín "unos añitos antes" de cumplir los 100 *:
 
                        Faustina y Joaquín hace varios años *

* agradecimientos a su familia por las fotos enviadas


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31 de octubre de 2014

la noche de Difuntos, leyendas de Soria

La Noche de Difuntos, me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo. ¡Imposible! Una vez aguijoneada la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarlo de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
A las doce de la mañana, después de almorzar bien, y con un cigarro en la boca, no le hará mucho efecto a los lectores de El Contemporáneo. Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire de la noche.
Sea de ello lo que quiera, allá va, como el caballo de copas.

I
—Atad los perros, haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Animas.
—¡Tan pronto!
—A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras, pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
—¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
—No, hermosa prima. Tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos. Los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían a la comitiva a bastante distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
-Ese monte que hoy llaman de las Animas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres. Los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos. Cundió la voz del reto, y nada fue a parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras. Antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería. Fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres. Los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de Difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos. Y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria lo llamamos el Monte de las Animas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporársele los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, y absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de Difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
—Hermosa prima exclamó, al fin, Alonso, rompiendo el largo silencio en que se encontraban, Pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales, sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia: todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
—Tal vez por la pompa de la Corte francesa, donde hasta aquí has vivido se apresuró a añadir el joven. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
—No sé en el tuyo contestó la hermosa, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo..., que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven que, después de serenarse, dijo con tristeza:
—Lo sé, prima; pero hoy se celebran Todos los Santos y el tuyo entre todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío? Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volvióse a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a reanudarse de este modo:
—Y antes que concluya el día de Todos los Santos en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? —dijo él, clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
—¿Por qué no? —exclamó ésta, llevándose la mano al hombro derecho, como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro, y después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
—¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
—Si.
—¡Pues... se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
—¡Se ha perdido! ¿Y dónde? —preguntó Alonso, incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
—No sé... En el monte acaso.
—¡En el Monte de las Animas! —murmuró, palideciendo y dejándose caer sobre el sitial. ¡En el Monte de las Animas! —luego prosiguió, con voz entrecortada y sorda—: Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces. En la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario de mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres, y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche..., ¿a qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡Las ánimas!, cuya sola vista puede helar de terror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarlo en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que, cuando hubo concluido, exclamó en un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores.
—¡Oh! Eso, de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de Difuntos y cuajado el camino de lobos! Al decir esta última frase la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte se puso en pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar, entreteniéndose en revolver el fuego:
—Adiós, Beatriz, adiós, Hasta pronto.
—¡Alonso, Alonso! —dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerlo, el joven había desaparecido. A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último. Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
III
Había pasado una hora, dos, tres; la medianoche estaba a punto de sonar, cuando Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, y, a querer, en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
—¡Habrá tenido miedo! —exclamó la joven, cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la Iglesia consagra en el día de Difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de las campanas, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído, a par de ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
—Será el viento —dijo—, y poniéndose la mano sobre su corazón procuró tranquilizarse.
Pero su corazón latía cada vez con más violencia, las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes con chirrido agudo, prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden; éstas con un ruido sordo y grave, y aquellas con un lamento largo y crispador. Después, un silencio; un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la medianoche; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas, que casi se siente, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota, no obstante, en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas las direcciones, y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada; oscuridad de las sombras impenetrables.
—¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho. ¿Soy yo tan miedosa como esas pobres gentes cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura al oír una conseja de aparecidos? Y cerrando los ojos, intentó dormir...: pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y rebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas de aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, y otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin, despuntó la aurora. Vuelta de su temor entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, tendió una mirada serena a su alrededor, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que fue a buscar Alonso. Cuando sus servidores llegaron, despavoridos, a notificarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que por la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil; asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros, muerta, ¡muerta de horror!
IV
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de Difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas terribles. Entre otras, se asegura que vio a los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa y pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.»
«El Monte de las Ánimas» de Gustavo Adolfo Becquer

31 de agosto de 2014

Hemeroteca de Bordecorex [1]: cacos e incendios

Inauguramos una nueva sección en este blog dedicada a rastrear por las hemerotecas de periódicos, revistas y otras publicaciones periódicas noticias referentes a Bordecorex aparecidas en letra impresa. Principiamos esta colección con varias noticias referentes a delitos cometidos o relacionados con este pueblo.

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EL NOTICIERO DE SORIA. Año XVI. Número 1674, página 2. 2 de marzo de 1904.


"En la villa de Baraona, tres hombres desconocidos han fracturado dos puertas de la casa del vecino Dionisio Contreras quien al oirles bajó a oscuras al portal y entabló fuerte lucha con uno de ellos, recibiendo algunos arañazos en el cuellos y la cara. La esposa de Contreras pidió auxilio desde la ventana y los cacos huyeron en dirección del pueblo de Bordecorésx. La guardia civil no ha podido, hasta ahora, lograr su captura"

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EL NOTICIERO DE SORIA. Año XXV. Número 2657 - 23 de abril de 1913, páginas 2-3. "Reses laneras abrasadas".


"SUCESOS. Reses laneras abrasadas. Ha sido incendiada en el pueblo de Bordecoréx una corraliza de encerrar ganado lanar, hallándose de ella doscientas treinta y cinco ovejas y corderos, más ocho cabras. El fuego invadió por completo el local, y las ovejas, corderos y cabras, fenecieron abrasadas, sin salvarse una siquiera. La corraliza y el ganado eran propiedad [...] del labrador y ganadero de Bordecoréx don Gregorio Moreno Yebes. Las pérdidas se calculan en unas trece mil pesetas - La guardia civil del puesto de Baraona tuvo noticia de este suceso, y personándose en Bordecoréx, hechas averiguaciones, ha sido detenido como presunto autor y entregado al Juzgado Municipal, Juan Oliva Ortega, de cincuenta y siete años de edad, labrador y vecino de dicho pueblo Bordecoréx, recayendo las sospechas en este individuo por tener con Don Gregorio Moreno antiguos resentimientos, así como también porque tenía el cabello y la barba chamuscadas por el fuego; y al ser sometido a larga declaración ha caído en varias contradicciones"


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EL AVISADOR NUMANTINO: Periódico de intereses generales y noticias. 2ª época. Año XLVI. Número 4401 - 5 de marzo de 1924 - Página 2.

"Detenido por amenazas - Por haber amenazado de muerte con una escopeta al vecino de Bordecoréx, Jesús Castrillo, ha sido detenido el de Fuentegelmes, Justo Caballero Ortega, poniéndole a disposición del juzgado"

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8 de junio de 2014

Bordecorex hacia 1905, bajo la mirada de su maestro


Emilio García Gómez, nieto del maestro que tuvo Bordecorex entre 1905 y 1906 , tras varios años de ardua tarea de investigación logró finalizar su libro en febrero de este año. Bajo el título  “Román García Garate . Maestro, alcalde y patriota aragonés “(editorial Circulo Rojo ) recoge la interesante e itinerante vida de su abuelo.


Producto de su investigación recogemos en este blog algunos datos interesantes que nos aporta el libro sobre el Bordecorex de principios de siglo XX , y algunas notas históricas mucho mas antiguas.

Román García Gárate publicó en 1924 una Guía General de Aragón, Navarra, Soria y Logroño, de 741 páginas, en la que describía todas las localidades de esas provincias. En ella de Bordecorex destacó su excelente escuela y casa-habitación para el maestro: 

Román García Gárate viajó en 1905 desde su pueblo natal Albalate del Arzobispo ( Teruel ) en coche de mulas , en tren y a lomos de caballería , tardando probablemente dos o tres días en alcanzar Bordecorex.

A finales de septiembre de 1906 D. Román dejaría su puesto de maestro en el pueblo y se trasladaría a un pueblo cercano , Viana de Duero . La vacante en Bordecorex salió a concurso inmediatamente con el mismo sueldo : 500 pesetas / año, mas 100 pesetas de complemento del ayuntamiento ( para los mas jóvenes  recordamos la equivalencia: 1 € = 166, 386 pesetas).


Emilio Garcia en su libro apunta también la historia de la muerte de Almanzor en Bordecorex. Tras la tremenda derrota de Calatañazor en el año 1002 abatido por la vergüenza y el despecho el caudillo Almanzor dejó de ingerir alimento por lo que le sobrevino un tremendo dolor de estómago que forzó a que lo tuvieran que trasladar sobre una silla de madera, ya que le era imposible hacerlo sobre caballería. En este estado le fue necesario detenerse en una fortaleza situada en un valle entre las villas de Berlanga y Medinaceli. Esta fortaleza es conocida en la historia con el nombre de Borg Alcoraxi , así como el valle y el arroyo cercano como Waldicoraxi , en memoria de Almanzor al que algunos de sus seguidores emparentándolo  con Mahoma lo llamaron Coraxi de la tribu de Coraix . Allí falleció un 6 de agosto de 1002 a los 65 años de edad, y casi 27 de gobierno.

Como recuerdo de este hecho hoy pervive el pueblo de Bordecorex, nombre derivado del árabe Borg Alcoraxi , sin poderse aun hoy determinar si aquel castillo tomó ese nombre por haberlo edificado Almanzor o por ocurrir allí su muerte.
Medio siglo después, en 1060 Fernando I de León arrasaría las fortalezas musulmanas erigidas en las riberas del río Torete.
 Agradecemos a Emilio la deferencia tenida en su libro con los actuales habitantes de Bordecorex ,  y nos elogia que su visita al pueblo durante su investigación le haya impregnado de esa "conexión mística" que menciona en la búsqueda de su pasado.
 














Fuente : “Román García Garate.Maestro, alcalde y patriota aragonés “(editorial Circulo Rojo )

 
  

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14 de marzo de 2014

Ruta ornitológica Bordecorex-Fuentegelmes ( ruta 17)


La asociación TRINO ( Turismo Rural de Interior y Ornitología ) ha catalogado la ruta que discurre entre Fuentegelmes y Bordecorex para la observación de aves.



Tipo de ruta : lineal
Distancia : 14,1 km ( ida y vuelta )
Grado de dificultad : Bajo
Duración a pie : 4h
Duración en bicicleta : 1h 30‘
Época recomendada : Primavera, otoño e invierno

El río Torete que discurre entre ambas localidades ha abierto meandros y una vega cultivada, rodeada de laderas cubiertas por encinares, con roquedos que sobresalen de entre las masas boscosas

Desde Bordecorex se sigue un camino paralelo a la pista forestal que recorre la vega, por la cual se deberá continuar más adelante. En el punto donde se cruza el río Torete se accede a una senda que, inmersa en el bosque, discurre paralela a los cultivos. Es fácil observar aves como mosquiteros, currucas o pinzones. Particularmente abundante es el chotacabras gris. En otoño-invierno arrendajos, carboneros, herrerillos, palomas torcaces y zorzales dan buena cuenta de bayas y bellotas.

Tras pasar por un viejo puente, se llega por una pista a Fuentegelmes.
Fuente del texto : asociación TRINO
Detalles de la ruta en: http://www.birdwatchinginspain.com/index.php/es/rutas/comarcales/4316-bordecorex-fuentegelmes



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